Colaboración de Romeo Ramírez Jiménez
Las Vigas es una pequeña población
veracruzana que se localiza entre las ciudades de Xalapa y Perote. Situada
entre las montañas de la sierra, el frío y la humedad dan al poblado un
carácter triste y silencioso. Después que el sol brillante calienta los
tejados y da vida a los campos, desde las cañadas sube la neblina, se filtra
por bosques y sembradíos, penetra por las callejuelas y cubre el caserío,
entonces el paisaje parece visto a través de un cristal empañado.
En este
pueblo, el 30 de diciembre de 1884, nació un niño a quien bautizaron como José
Silvestre Rafael de Jesús. En el registro civil fue inscrito solamente con el
nombre de Rafael. Sus padres fueron don Francisco Javier Ramírez y doña
Pascuala Castañeda, ambos también originarios de Las Vigas.
La familia de los
Ramírez Castañeda era numerosa pues procrearon ocho hijos, cuatro hombres y
cuatro mujeres, lo que no resultaba raro, pues en aquella lejana época había
muchos matrimonios con diez o más hijos. Don Francisco era un hombre pobre; a
duras penas podía sostener a su numerosa prole con su trabajo de tejedor de
lana en el rústico telar que tenía en su modesta casa, construida con tablones
de madera y techo de teja manil. Doña Pascualita, como todos la llamaban,
atendía con mucho esfuerzo sus deberes y siempre ayudaba a los demás; en el
pueblo era muy reconocida por su bondad y por su generosidad a pesar de la
pobreza en que vivía.
Rafael vio pasar su infancia llena del cariño y del
calor de la familia pero colmada también de angustiosa penuria. Contaban,
quienes lo conocieron de niño, que para no gastar los únicos zapatos que tenía
y que sólo usaba para ir a la escuela, al salir de ésta para ir por ahí con sus
amigos a correr alguna aventura al campo o en las afueras de la población, se
los quitaba, les ataba las agujetas y se los colgaba del hombro.
Por aquel
entonces, al igual que Rafael, miles y miles de niños mexicanos sufrían las
mismas penalidades y pobrezas. El presidente de la República era el general
Porfirio Díaz; llevaba ya más de quince años de gobernar a la nación y, aun
cuando había realizado grandes obras para modernizar al país, no había logrado
disminuir la gran pobreza en que se debatía la mayoría de la población, que
sólo contaba con su fuerza de trabajo para, por un salario miserable, emplearla
en el campo al servicio de los grandes hacendados y en la ciudad, a disposición
de los dueños de fábricas y comercios.
Rafael Ramírez cursó en la escuela de
su pueblo los cuatro grados que ésta ofrecía. Como don Francisco Javier ya
había muerto, doña Pascualita, atendiendo las recomendaciones de uno de los
maestros de Rafael, dio su consentimiento para que el niño continuara
estudiando en Xalapa. Rafael terminó su educación primaria y enseguida solicitó
inscribirse en la Escuela Normal del Estado, en la propia ciudad de Xalapa,
para cursar la carrera de profesor. Fueron cinco años de estudios, de grandes
sacrificios y de muchas carencias, pero al fin obtuvo el título de profesor que
tanto anhelaba.
Durante más de dos años, Rafael Ramírez trabajó en escuelas de
nuestro estado de Veracruz; luego, aceptó la dirección de una escuela en
Durango, y poco después, aprovechando la oportunidad que le brindó uno de sus
antiguos maestros de Xalapa, fue a trabajar con él a la Ciudad de México en una
escuela primaria industrial.
Allí lo sorprendió, en 1910, el estallido de la
Revolución encabezada por don Francisco I. Madero, movimiento armado al que se
lanzaron los mexicanos con la esperanza de cambiar las condiciones de
injusticia, ignorancia y miseria en que vivía la gran mayoría de la población.
En esta lucha justiciera también participaron un hermano de Rafael Ramírez y
otros familiares.
El trabajo eficiente del maestro Rafael Ramírez en aquella
escuela primaria industrial se hizo notar y pronto le solicitaron las
autoridades educativas su colaboración para reorganizar la Escuela Industrial
de Huérfanos. A partir de ese momento, se dedica con toda su voluntad y empeño
a difundir este tipo de educación en el país, y para ello, escribe el libro
"La Educación Industrial", que habría de ser el primero de los muchos
y valiosos libros que escribió para la educación del pueblo mexicano.
Al poco
tiempo, ya es catedrático en la Escuela Normal Primaria y funcionario en la
Secretaría de Educación Pública. Por el año de 1923, debido a que se planeó un
nuevo sistema para educar a los mexicanos, Rafael Ramírez formó parte de una
primera Misión Cultural, cuyo propósito era el de fomentar la educación en las
comunidades rurales indígenas. Allí se da cuenta de los grandes problemas que
vive la gente en el campo y decide emplear toda su voluntad y capacidad para
ayudar a resolverlos por medio de la escuela.
Apoyándose en lo que decían
otros grandes pensadores extranjeros y nacionales, y en sus propias ideas y
experiencias, el maestro Ramírez pone manos a la obra y va creando poco a poco
la forma en que deberían de trabajar los maestros en las escuelas del campo y
va explicando el porqué de ese trabajo.
Así, al paso de unos cuantos años, se
formó todo un sistema escolar, conocido como la Escuela Rural Mexicana, una
creación revolucionaria para ayudar a liberar al pueblo y para formar a los
hombres que la triunfante revolución exigía.
Para el maestro Rafael Ramírez,
la escuela rural no sólo debía servir para que los niños de la comunidad
aprendieran lo que es necesario aprender, sino que la escuela debía funcionar
como una verdadera Casa del Pueblo donde también los adultos, hombres y
mujeres, asistieran a ella con el fin de aprender cosas útiles para mejorar sus
condiciones de vida. Poco a poco, el territorio de nuestra patria se fue
cubriendo de escuelas rurales, casas del pueblo hechas por el pueblo y para el
pueblo. En ellas estaba siempre presente y dispuesto al trabajo el maestro, el
profesor rural, humilde, pero siempre digno, siempre respetado y apreciado por
la gente. Claro que esta obra tan grande no fue producto únicamente del
pensamiento y del trabajo de don Rafael Ramírez, sino que en ella participaron
otros grandes maestros y, sobre todo, los sufridos profesores rurales que con
muchos sacrificios y extraordinaria dedicación hicieron realidad la Escuela
Rural Mexicana.
Puede considerarse que la Escuela Rural Mexicana, como sistema
y como forma de acción educativa y social, se inició aproximadamente por el año
de 1925; tuvo gran apoyo del gobierno y alcanzó su mayor auge entre 1930 y
1940; a partir de allí, comenzó a declinar debido a que el gobierno de la
República cambió la orientación de la educación, decidió que en el país las
escuelas trabajaran y educaran de otro modo.
Aunque los planteles y los
profesores rurales permanecieron en las comunidades, el trabajo escolar y sus
resultados ya no fueron como antes; la escuela rural dejó de ser la casa del
pueblo y se dedicó a enseñar únicamente a los niños, tal como lo hace cualquier
otra escuela primaria común y corriente.
El maestro don Rafael Ramírez
Castañeda merece el bien de la patria, la gratitud de los mexicanos. Fue el
mayor impulsor, organizador y guía de la Escuela Rural Mexicana; escribió por
ella y para ella más de veinte libros y la convirtió en un sistema tan notable
que incluso se divulgó en otros países. Don Rafael Ramírez murió en la Ciudad
de México el 29 de mayo de 1959.
En reconocimiento a sus altos méritos, en
abril de 1968, el gobernador del estado decretó imponer el nombre del profesor
Rafael Ramírez al municipio y poblado de Las Vigas, lugar de su nacimiento. Un
mes más tarde, en ocasión del Día del Maestro, se develó una estatua del
maestro Ramírez en el centro de la propia población que lo vio nacer. De este
modo, el pueblo veracruzano rindió homenaje póstumo a Rafael Ramírez Castañeda,
eminente educador y mexicano ejemplar.
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